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Vacío en la nevera por Jaime Ernesto Rosado

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  De aquel dolor hacía ya muchos años, pero para Andrés era como si fuera ayer. Carolina decidió irse un día dejando todos sus espacios de la casa vacíos. Y él puso en cada hueco sin rellenar, una jaula de gruesos barrotes para que nadie más los ocupara, para volverlos a dejar tan llenos de nada. Cuando las hojas abandonaban los árboles y las mariposas tenían que invernar, se hizo necesaria una visita al supermercado, en una tarde que parecía una continuación de la anterior, y de la de antes de esta. La vio. Vio que ella tenía cara de ángel. Andrés no percibió que los ojos que se rasgaban como si fueran de una gata, eran de un verde triste. Dentro de una cola que no avanzaba él lo hizo, avanzó, para buscar dentro del carro que la mujer empujaba, una excusa que acabara en conversación. — ¡Ostras! Nos gustan las mismas galletas —dijo Andrés intentando que su sonrisa fuera lo más expresiva posible. La mujer le miró con sus ojos tristes, que para el hombre eran los más bellos que hab

Solo un beso tuyo por Isabel Vásquez

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    Esa noche caminamos juntos cerca del mar, y el solo imaginar que la brisa rozaba mi piel junto a la tuya, me sumergía en un gozo profundo. Estabas tan guapo, como siempre, la sonrisa encantadora y esa mirada me desnudaba el alma, y yo, yo correspondía en cada uno de los momentos. La noche no fue ajena a la provocación, confieso que de algún modo, te seduje, sabía que era tu musa, te atraía desde la primera vez que me viste. Entre la brisa del mar, tu mirada seductora y mis ansias de ti, me robaste un beso, pero fue más que eso, me robaste el alma, el latido y la razón, porque desde aquel día, sólo un beso tuyo me basta para ser feliz. Ese beso dio calor al invierno, desterrándolo del calendario, al roce de tus labios hacía revivir lo caduco en la más bella primavera. Ese beso robado es lo mejor que me han quitado porque a cambio me llenaste de dicha. Ojalá, hubiesen más ladrones siendo tú, capaces de despertar amores en mujeres

El brindis por Laura Mir

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  La puta puerta se volvió atascar, intentó empujar una de las hojas hacia el centro, tanto sistema de seguridad, y nada, no se movió un milímetro; había que pagar en comodidad. Miró al techo, la luz mortecina del foco tembló por un instante compadeciéndola, ella maldijo a todas las madres abnegadas del universo, cogió la pesada maleta a pulso, empujó con el hombro la puerta metálica del ascensor y se resignó a subir las siete plantas a pie hasta su apartamento. Eso no era nada, llevaba ocho mil kilómetros de vuelo, a un malnacido poco complaciente que intentó ponerla a prueba, pero ella con una sonrisa se vengó escupiéndole en el tercer whisky con hielo que le sirvió, y claro, con la mirada de: Para pocas hostias estoy , se la bebió con disimulado deleite. Necesitaba toda el agua de un diluvio para quitarse de encima tanto cansancio por estupidez. Casi se ahoga entre el sexto y el séptimo, y a punto estuvo de tirar escaleras abajo de una patada el equipaje. Por fin abrió la puer

Loky y su Ondina por José Mejías - Primer puesto concurso Escritores Universales

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       Loky era un joven que vivía en un sanatorio mental, él era un tipo fuera de lo común, tenía la convicción de que podía comunicarse con lo inerte, y además, habían entes que lo perseguían, estaba demasiado apegado a las historias griegas narradas en sus libros, pasaba días encerrado a solas leyendo grandes historias; tenía la certeza de que eran reales, estaba fuertemente atraído por las referidas a las ondinas, esos seres mitológicos de belleza extraordinaria y con encantos de doncella, según la mitología griega eran los guardianas de las aguas. Loky estaba convencido de que un día encontraría a su amada Ondina.      Una tarde, cuando el sol daba sus últimas radiaciones, él paseaba por un extenso jardín de flores coloridas y muy perfumadas, caminaba y se iba introduciendo en las hojas de un libro, tan abstraído estaba que se equivocó de camino y al darse cuenta de su error, el joven Loky quiso regresar, pero le fue imposible porque al dirigirse sobre sus pasos, se encontró con

Hogar de Oscuridad y Monstruos por Klibeidys Faez M.

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  Edgewater Medical Center, en el 5700 N Ashland Ave. Chicago Illinois 20 de Junio de 2019 10:15 AM   La cabeza estaba matándola, tenía los párpados pesados y le dolía gran parte del cuerpo, el volver a la consciencia le estaba costando un poco. Le llevó un par de segundos poder abrir los ojos, y unos cuantos minutos dejar de ver las manchas borrosas a su alrededor. ¿Dónde estoy? ¿Qué lugar era ese? Por mucho que lo intentaba, no recordaba nada. Se incorporó de golpe una vez fue un poco más consciente de su entorno y su mente empezó a trabajar, quedó sentada en la sucia camilla donde se encontraba en lo que parecía ser una vieja sala de rayos X, la luz entraba por la gran ventana que tenía detrás dándole al lugar un aspecto de lo más sombrío ¿Por qué estaba ahí y qué le había pasado? ¿Por qué su cuerpo le dolía de esa forma? Comenzó a pasar sus manos por todo su contorno buscando algún rastro de heridas, hasta que su diestra rozó su costado, y sí, fue consciente del líquido vi

Preguntas por César Zetina Peñaloza

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  Sombra irrumpe el sueño, se queda, se adueña de la triste psique nunca consistente.   Sombra, es su porte, Duda, es su nombre. César Zetina Peñaloza

Haikus por César Zetina Peñaloza

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  Haiku IV.   Melancólico el tejedor del tiempo sigue su labor.                                                                                                                                                                  Haiku V.                                                                                En el sosiego                                                                              las palabras no dichas                                                                              mueven corazón. Haiku VI.   En el invierno el cerezo deshoja, no se entristece. César Zetina Peñaloza