El brindis por Laura Mir


 

La puta puerta se volvió atascar, intentó empujar una de las hojas hacia el centro, tanto sistema de seguridad, y nada, no se movió un milímetro; había que pagar en comodidad. Miró al techo, la luz mortecina del foco tembló por un instante compadeciéndola, ella maldijo a todas las madres abnegadas del universo, cogió la pesada maleta a pulso, empujó con el hombro la puerta metálica del ascensor y se resignó a subir las siete plantas a pie hasta su apartamento.

Eso no era nada, llevaba ocho mil kilómetros de vuelo, a un malnacido poco complaciente que intentó ponerla a prueba, pero ella con una sonrisa se vengó escupiéndole en el tercer whisky con hielo que le sirvió, y claro, con la mirada de: Para pocas hostias estoy, se la bebió con disimulado deleite. Necesitaba toda el agua de un diluvio para quitarse de encima tanto cansancio por estupidez.

Casi se ahoga entre el sexto y el séptimo, y a punto estuvo de tirar escaleras abajo de una patada el equipaje.

Por fin abrió la puerta de su apartamento, dejó en el recibidor junto a la valija, los tacones que la torturaban y anduvo descalza hasta la cocina. Del armario de los vasos, sacó un vaso Ballantine´s Stay True grande de boca tan ancha como su sed. Abrió el congelador y sacó unos cubitos de hielo que tintinearon contra el fino cristal como una campanilla, y de la nevera, extrajo un limón al que con la punta misma del cuchillo con lo que lo cortó, exprimió su zumo. De la encimera, nunca lo guardaba, asió el ron y se sirvió con generosidad. Volvió a la fresquera y se hizo con una cola la que deschapó con el canto del mármol y vertió todo su contenido, que espumeante hizo emerger del fondo los cubitos de hielo como barcos hundidos. Con el dedo los sumergió uno a uno y ligeramente los giró. Luego se lamió el índice con satisfacción.

Mientras sorbía el cuba libre de ron, se dirigió a su habitación para desnudarse e ir al baño. Y allí, boca abajo sobre la cama, yacía el gran cabrón.  

Volvió a beber otro trago, se acercó, puso sus dedos para comprobar que en realidad estuviera muerto. Y sí, estaba muerto, el joputa no había cambiado ni un ápice por mucho que lo jurara cada vez, ya nunca podría dañar a ninguna otra mujer. Distraídamente alzo su vaso y brindó a la salud del Santísimo por escuchar sus plegarias.

Se giró y anduvo hacia el teléfono para llamar a emergencias, aliviada por primera vez en tantos años, descalza como estaba, sin los tacones que la torturaban.

 

*Tacón: Pieza de madera o metal acabada en ángulo agudo que se introduce entre dos elementos o en una grieta o ranura y se emplea principalmente para inmovilizar o afirmar un cuerpo.

 

 

Laura Mir

 


Comentarios

  1. Me gusta la incógnita en las que nos dejas, ¿ella sabia que estaba muerto o no? Lo que si es relevante es el alivio de ella ante la muerte del sujeto. Ne ha gustado mucho, el muerto podría ser cualquiera. Como siempre un gran trabajo que he leído con sumo placer.
    Un saludo cordial.
    Atentamente tuyo
    Benjamín

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  2. Me ha gustado muchísimo, aunque este relato pide continuación para resover incógnitas como ¿quién mató al hombre?

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  3. Me gustó la acción del relato, y al final brinda por lo que tanto habia deseado. Gracias Laura. Un abrazo.

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